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Los desfiladeros en el norte del Himalaya, cerca de Badrinarayan, son todavía bendecidos por la presencia viviente de Babaji, el gurú de Lahiri Mahasaya. El oculto maestro ha retenido su forma física durante siglos, quizá por milenios. El inmortal Babaji es un avatar. Este término de origen sánscrito significa «descender»: sus raíces son ava, «abajo», y tri, «pasar». En las escrituras hindúes, avatar significa el descenso de la Divinidad al cuerpo físico.

«El estado espiritual de Babaji está más allá de toda comprensión humana —me explicó Sri Yukteswar—. La exigua visión del hombre no puede penetrar a través de su estrella trascendental. Uno trata en vano de imaginar siquiera la magnitud espiritual de un avatar, pues es inconcebible».

Los Upanishads han clasificado minuciosamente cada etapa o paso del desenvolvimiento espiritual. Un siddha (ser perfeccionado) ha progresado del estado de jivanmukta (liberado mientras vive) al de paramukta (supremamente liberado con total dominio sobre la muerte); este último ha escapado completamente a la esclavitud de maya y al ciclo de reencarnaciones. El paramukta, por lo tanto, rara vez regresa a un cuerpo físico; y si lo hace, es entonces un avatar, un medio elegido por la Divinidad para conferir supremas bendiciones al mundo. Un avatar no se halla sujeto a la economía universal; su cuerpo puro, visible como una imagen de luz, está libre de cualquier deuda hacia la naturaleza.

Una mirada superficial nada notará de extraordinario en la forma de un avatar, pero éste, en ocasiones, no proyecta ninguna sombra, ni deja huellas sobre la tierra al caminar. Éstas son pruebas externas simbólicas de la falta interna de oscuridad y de ataduras materiales. Sólo tales seres divinos conocen la Verdad que se halla tras las relatividades de la vida y de la muerte. Omar Khayyam, tan mal comprendido, cantó a este hombre así liberado en su poema inmortal, el Rubaiyat:

¡Ah!, Luna de mi deleite que no conoces menguante,
la luna del cielo se eleva nuevamente;
¡cuántas veces en adelante, al elevarse,
me buscará en vano, por este mismo jardín!

La «Luna del deleite que no conoce menguante» es Dios, la eterna Estrella Polar, siempre inmutable. La «luna del cielo que se eleva nuevamente» es el cosmos exterior, encadenado a la ley de periódicas recurrencias. Al unirse a Dios, el vidente persa se había liberado para siempre de los retornos forzosos a la tierra: el «jardín» de la Naturaleza, o sea, Maya. «¡Cuántas veces en adelante, al elevarse, me buscará en vano, por este mismo jardín!». ¡Qué frustración experimentará un universo perplejo en su búsqueda de esta exclusión absoluta!

Cristo expresó su libertad de otra manera: «Entonces se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Jesús replicó: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”».

Pleno de omnipresencia, ¿podía acaso Cristo ser seguido, salvo en el ilimitado Espíritu?

Krishna, Buda, Rama y Patanjali se cuentan entre los antiguos avatares de la India. Gran cantidad de literatura poética, en tamil, se ha desarrollado alrededor de Agastya, un avatar de la India del Sur. Obró muchos milagros durante los siglos que precedieron y siguieron a la era cristiana; y se considera que aún en nuestros días retiene su cuerpo físico.

El papel de Babaji en la India ha sido el de ayudar a los profetas a llevar a cabo sus respectivas misiones. Así, se le puede calificar de lo que en las escrituras se denomina Mahavatar (Gran Avatar). Babaji ha afirmado que fue él quien dio la iniciación en yoga a Shankara, que reorganizó la Orden de los Swamis, y a Kabir, famoso maestro espiritual de la Edad Media. Su principal discípulo en el siglo XIX fue, como ya sabemos, Lahiri Mahasaya, que revivió el casi perdido arte del Kriya.

El Mahavatar se encuentra en comunión constante con Cristo; ambos unidos irradian vibraciones redentoras y han planeado la técnica espiritual de salvación para esta era. La obra de estos dos grandes e iluminados maestros, uno con cuerpo y el otro sin él, es la de inspirar a las naciones a desterrar las guerras, los odios raciales, los sectarismos religiosos y los males del materialismo, que retornan —como un bumerán— hacia sus instigadores. Babaji está perfectamente enterado de las tendencias de los tiempos modernos, especialmente de las influencias y complejidades de la civilización occidental, y comprende la necesidad de difundir las liberadoras técnicas del yoga tanto en Occidente como en Oriente.

El hecho de que no existan referencias históricas acerca de Babaji no debe sorprendernos. El gran gurú nunca ha aparecido ostensiblemente en ningún siglo; el equívoco brillo de la publicidad no ha tenido lugar alguno en sus planes milenarios. Como el mismo Creador, el único aunque silencioso Poder, Babaji labora en una humilde invisibilidad.

Los grandes profetas, como Cristo y Krishna, vinieron a la tierra con un propósito específico y espectacular, y se marcharon después de haberlo cumplido. Otros avatares, como Babaji, asumen ciertas misiones relacionadas más bien con el lento progreso evolutivo del hombre a través de los siglos, y no con un determinado hecho histórico sobresaliente. Tales maestros se ocultan siempre de las burdas miradas de la masa, teniendo el poder de hacerse invisibles a voluntad. Por estas razones, y porque generalmente instruyen a sus discípulos para que mantengan silencio respecto a ellos, un cierto número de grandes figuras espirituales permanecen desconocidas para el mundo. Simplemente quiero ofrecer, en estas páginas, algunos aspectos de la vida de Babaji: únicamente unos cuantos hechos que él ha considerado conveniente hacer llegar al público para que sirvan de estímulo y ayuda.

No se han descubierto datos concretos acerca de la familia de Babaji o del lugar de su nacimiento, datos tan caros para el historiador. Babaji habla generalmente en hindi, pero puede conversar con facilidad en cualquier idioma. Él ha adoptado el sencillo nombre de Babaji (Reverendo Padre); otros títulos de respeto que le han dado los discípulos de Lahiri Mahasaya son: Mahamuni Babaji Maharaj (supremo maestro extático); Maha Yogui (el más grande de los yoguis); Trambak Baba y Shiva Baba (títulos de avatares de Shiva). ¿Tiene acaso importancia que no conozcamos el patronímico de un maestro plenamente liberado?

«Cada vez que un devoto pronuncia con reverencia el nombre de Babaji —decía Lahiri Mahasaya—, recibe instantáneamente una bendición espiritual».

El inmortal gurú no muestra señales de edad en su cuerpo; parece no ser mayor que un joven de veinticinco años. Es de tez clara y estatura y complexión medianas. El hermoso y fuerte cuerpo de Babaji irradia un resplandor perceptible. Sus ojos son oscuros, tiernos y serenos; su largo y lustroso cabello es cobrizo. En ocasiones, su rostro se asemeja notablemente al de Lahiri Mahasaya. La similitud es tan sorprendente que, en sus últimos años, Lahiri Mahasaya podría haber pasado por el padre del, en apariencia, joven Babaji.

Swami Kebalananda, mi santo instructor de sánscrito, pasó algún tiempo con Babaji en el Himalaya.

—El incomparable maestro se mueve con su grupo de uno a otro lugar en las montañas —relató Kebalananda—. Su pequeño grupo cuenta con dos aventajados discípulos americanos. Después de que Babaji ha estado en determinado lugar durante algún tiempo, dice «Dera danda uthao» (levantemos nuestro campamento y nuestro báculo). Él lleva consigo el simbólico danda (báculo o bastón de bambú). Sus palabras son la señal que da al grupo para marcharse instantáneamente a otro lugar. No siempre emplea el método del viaje astral; algunas veces se desplaza a pie de una a otra cumbre en las montañas.

»Babaji puede ser visto o reconocido por otros sólo cuando él así lo desea. Se sabe que ha aparecido ante diversos devotos en muchas formas, con ligeras variantes; en algunas ocasiones, con barba y bigote, y en otras, sin ellos. Puesto que su cuerpo no es corruptible ni requiere alimento, el Maestro rara vez come. Como una cortesía, cuando le visita algún discípulo, ocasionalmente acepta frutas o arroz cocido en leche y mantequilla clarificada.

»Dos asombrosos incidentes de la vida de Babaji me son conocidos —continuó Kebalananda—. Una noche, sus discípulos estaban sentados alrededor de un gran fuego que ardía para la celebración de una ceremonia védica sagrada. El Maestro cogió súbitamente un leño ardiendo y con él golpeó ligeramente el hombro de un chela cercano al fuego.

»—Señor, ¡qué crueldad! —Lahiri Mahasaya, que estaba presente, fue quien hizo esta reconvención.

»—¿Preferirías verle arder hasta las cenizas, ante tus propios ojos, de acuerdo con lo decretado por su karma pasado?

»Diciendo esto, Babaji puso su milagrosa mano sobre el hombro desfigurado del chela.

»—Hoy te he librado de una muerte dolorosa. La ley kármica ha quedado satisfecha con el pequeño sufrimiento que te ha producido el fuego.

»En otra ocasión, el grupo sagrado de Babaji fue perturbado por la llegada de un desconocido. Éste había ascendido, con habilidad inaudita, hasta los casi inaccesibles salientes próximos al campamento del Maestro.

»—Señor, usted debe ser el gran Babaji. —El rostro del hombre brillaba con inexpresable reverencia—. Durante meses he mantenido una búsqueda incesante a través de estos inaccesibles despeñaderos. Le imploro que me acepte como discípulo.

»Como el gran gurú no hizo ademán de responder, el hombre, señalando el precipicio rocoso que se abría a sus pies, dijo:

»—Si usted me rechaza, me arrojaré desde esta cumbre. La vida no tendrá para mí ningún valor si no puedo obtener su guía para alcanzar a la Divinidad.

»—Entonces, ¡salta! —respondió Babaji, inmutable—. No puedo aceptarte en tu estado actual de desenvolvimiento espiritual.

»El hombre se arrojó al abismo inmediatamente. Babaji dio instrucciones a sus asombrados discípulos para que rescataran el cuerpo. Cuando regresaron con el destrozado cadáver, el Maestro colocó su divina mano sobre el cuerpo del desconocido, y éste abrió los ojos y se prosternó humildemente a los pies del omnipotente gurú.

»—Ahora ya estás listo para el discipulado —dijo Babaji sonriendo amorosamente a su resucitado chela—. Valientemente has pasado la difícil prueba. La muerte no volverá a tocarte; ahora eres uno de los inmortales de nuestro rebaño. —Luego pronunció sus acostumbradas palabras de partida—: «Dera danda uthao». —Todo el grupo desapareció de las montañas.

Un avatar vive en el Espíritu omnipresente; para él no rige la ley de la distancia inversa al cuadrado. Únicamente existe una razón para que Babaji mantenga su forma física de siglo en siglo: el deseo de ofrecer a la humanidad un ejemplo concreto de sus propias posibilidades. Si no se le concediera jamás al hombre vislumbrar destellos de la Divinidad encarnada, permanecería siempre oprimido bajo el peso de la ilusión de maya que le induce a creer que jamás podrá trascender su mortalidad.

Jesús conoció desde un principio la secuencia de su vida; pasó a través de cada evento, no por él ni a causa de alguna deuda kármica, sino sólo en pro de la elevación de los seres humanos reflexivos. Sus cuatro cronistas y discípulos —San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan— escribieron el drama inefable del evangelio para beneficio de las generaciones futuras.

Asimismo, para Babaji no existe tampoco la relatividad del pasado, presente y futuro; desde el principio, él ha conocido todas las fases de su vida. Adaptándose al limitado entendimiento del hombre, ha llevado a cabo muchos actos de su divina vida en la presencia de uno o más testigos. De este modo fue posible que un discípulo de Lahiri Mahasaya estuviera presente cuando Babaji consideró que el tiempo había llegado para proclamar las posibilidades de la inmortalidad corporal. Él pronunció esta promesa en presencia de Ram Gopal Muzumdar, para que finalmente fuera conocida y sirviera de inspiración a otros corazones que buscan la verdad. Los grandes seres hablan y participan del curso natural de los acontecimientos únicamente para beneficio del hombre, como el mismo Cristo dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Bien sé que Tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que Tú me has enviado».

Durante mi visita a Ram Gopal, el «santo que no duerme», en Ranbajpur, éste me contó la asombrosa historia de su primer encuentro con Babaji:

«Algunas veces dejaba mi solitaria cueva para ir a sentarme a los pies de Lahiri Mahasaya, en Benarés —me relató Ram Gopal—. Cierta noche, mientras meditaba silenciosamente con un grupo de sus discípulos, el Maestro me hizo una súplica sorprendente.

»—Ram Gopal —me dijo—, ve inmediatamente al ghat de Dasaswamedh.

»Pronto llegué al solitario lugar. La noche estaba muy clara, gracias a la luz de la luna y las estrellas. Permanecí sentado en paciente silencio durante un tiempo, y luego mi atención se fijó en una losa enorme, situada cerca de mis pies. Lentamente, la piedra se levantó, revelando la existencia de una cueva subterránea. Cuando la losa se detuvo, sostenida en el aire por medios desconocidos, una joven mujer de sorprendente belleza, envuelta en una túnica, emergió flotando de la cueva y ascendió a considerable altura, levitando. Rodeada por un tenue halo, descendió lentamente frente a mí y permaneció inmóvil, sumida en un estado de profundo éxtasis. Al fin se movió y habló con suavidad:

»—Yo soy Mataji, la hermana de Babaji. Le he pedido a él y a Lahiri Mahasaya que vinieran a mi cueva esta noche para discutir un asunto de gran importancia.

»Una luz nebulosa se vio flotando velozmente sobre el Ganges; la extraña luminosidad se reflejaba sobre las opacas aguas. Se aproximó más y más hasta que, con un reflejo deslumbrador, apareció al lado de Mataji y se condensó instantáneamente en la forma humana de Lahiri Mahasaya. El Maestro se postró con humildad a los pies de la santa mujer.

»Antes de que saliera de mi asombro, me maravillé de nuevo al contemplar una masa giratoria de luz mística que viajaba por el cielo. Descendiendo con rapidez, el llameante torbellino se acercó a nuestro grupo y se materializó en el cuerpo de un hermoso joven, quien, como desde luego comprendí, era Babaji. Se parecía a Lahiri Mahasaya; la única diferencia era que Babaji tenía un aspecto mucho más joven y el cabello largo y brillante.

»Lahiri Mahasaya, Mataji y yo nos arrodillamos a los pies del gran gurú. Una etérea sensación de beatífica gloria excitó todas las fibras de mi ser cuando toqué su divina carne.

»—Bendita hermana —dijo Babaji—, estoy pensando abandonar mi forma y sumergirme en la Corriente Infinita.

»—Ya había yo vislumbrado tu plan, amado Maestro. Y quiero discutirlo contigo esta noche. ¿Por qué deseas abandonar tu cuerpo? —La gloriosa mujer le miraba con gesto implorante.

»—¿Qué diferencia hay si utilizo una onda visible u otra invisible en el océano de mi Espíritu?

»Mataji contestó con un destello de ingenio:

»—Inmortal gurú, si no hay diferencia alguna, entonces te ruego que no abandones jamás tu forma.

»—Así sea —dijo Babaji solemnemente—. Nunca abandonaré mi cuerpo físico. Permaneceré siempre visible, cuando menos a un pequeño grupo de personas en este mundo. El Señor ha expresado sus deseos a través de tus labios.

»Como yo escuchaba asombrado la conversación entre estos excelsos seres, el gran gurú se volvió hacia mí con un gesto benigno.

»—No temas, Ram Gopal —me dijo—; ha sido para ti una bendición el ser testigo de la escena de esta promesa inmortal.

»A medida que la dulce y melódica voz de Babaji se desvanecía, su forma y la de Lahiri Mahasaya se elevaron lentamente, alejándose sobre el Ganges. Una aureola de deslumbrante luz envolvía sus cuerpos, mientras éstos se desvanecían en el cielo de la noche. La forma de Mataji flotó hacia la cueva y descendió; la laja de piedra cerró la entrada, como si ésta operara movida por algún mecanismo invisible.

»Infinitamente inspirado, tomé el camino de regreso a la casa de Lahiri Mahasaya. Cuando me incliné ante él, al amanecer, mi maestro me sonrió comprensivamente.

»—Me alegro por ti, Ram Gopal —me dijo—. El deseo que con frecuencia me has expresado de conocer a Babaji y Mataji ha tenido finalmente una maravillosa realización.

»Mis condiscípulos me comunicaron que Lahiri Mahasaya no se había movido de su lado desde que partí, a la media noche.

»—Nos ofreció una maravillosa disertación sobre la inmortalidad, después de que tú saliste para el gath de Dasaswamedh —me dijo uno de los chelas. Por primera vez, me di cabal cuenta de la verdad de los versos de las escrituras, según los cuales un hombre que ha alcanzado su identidad con Dios puede aparecer en diferentes lugares al mismo tiempo, en dos o más cuerpos.

»Lahiri Mahasaya me explicó más tarde muchos puntos metafísicos concernientes al secreto plan divino destinado a esta tierra —terminó diciendo Ram Gopal—. Babaji ha sido elegido por Dios para permanecer en su cuerpo mientras dure este ciclo particular del mundo. Las edades vendrán y pasarán, mas el Maestro inmortal estará siempre presente en esta escena terrestre, contemplando el drama de los siglos».

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Babaji
Mahavatar, o «Encarnación Divina»
Gurú de Lahiri Mahasaya

Ciñéndose a las instrucciones de Yoganandaji, un artista realizó este dibujo que refleja fielmente la imagen del gran Yogui-Cristo de la India moderna.

«Cada vez que un devoto pronuncia con reverencia el nombre de Babaji —decía Lahiri Mahasaya—, recibe instantáneamente una bendición espiritual».