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    Conforme pasan los años, la mente registra nuevas experiencias, a la vez que el tiempo atenúa el recuerdo de aquellos sucesos que ocurrieron en un pasado lejano. Sin embargo, los acontecimientos que ejercen influencia en nuestra alma jamás se desvanecen; por el contrario, se convierten en una parte perenne y vibrante de nuestro ser. Eso es lo que sucedió con el primer encuentro que tuve con mi gurú, Paramahansa Yogananda.

    Era yo una jovencita de diecisiete años para quien la vida parecía un largo y vacío corredor que no conducía a lugar alguno. Una oración rondaba incesantemente en mi conciencia, pidiendo a Dios que guiara mis pasos hacia una existencia plena de sentido y mediante la cual pudiera buscarle y servirle.

    La respuesta a tal anhelo llegó en una súbita percepción que tuvo lugar cuando, en 1931, entré a un enorme y concurrido auditorio en Salt Lake City y vi que Paramahansaji estaba de pie sobre el estrado, hablando de Dios con una autoridad como yo jamás había visto. Quedé sumergida en un estado de total absorción; mi respiración, mis pensamientos y el tiempo mismo parecían haberse suspendido. El amor y el agradecimiento que sentí por la bendición que se derramaba sobre mí trajo consigo la certeza de una profunda convicción surgida de mi interior: «Este hombre ama a Dios; le ama de la forma en que siempre he anhelado yo amarlo. He aquí alguien que conoce a Dios. ¡Le seguiré!».

    Él mantuvo siempre los ideales de honor e integridad

    Yo tenía un ideal preconcebido acerca de cómo debía ser un maestro espiritual. Podríamos decir que yo había dispuesto en mi mente un pedestal sobre el cual entronizaría a tal persona. Con reverencia, coloqué mentalmente allí a mi Gurú; y durante los numerosos años en que tuve el privilegio de hallarme en su presencia, ni sus pensamientos ni sus actos le hicieron jamás descender de esa gran altura.

    Aunque en la época actual la integridad, el honor y el idealismo parecen haber desaparecido bajo las olas del egoísmo, Gurudeva jamás sacrificó esos valores espirituales eternos, y siempre se los inculcó a sus discípulos. Recuerdo cierta ocasión, en 1931, cuando era preciso reunir fondos con urgencia. Durante ese período, los recursos financieros eran tan escasos que nuestro Gurú y sus discípulos subsistíamos a base de sopas diluidas y pan, o bien ayunábamos por completo. Era preciso efectuar el pago de la hipoteca que pesaba sobre el edificio de Mount Washington, nuestra sede central. Paramahansaji se dirigió a la casa de la acreedora a fin de solicitarle una prórroga del vencimiento. Esta comprensiva señora gentilmente concedió un plazo mayor. Pero aun así, parecía imposible reunir a tiempo el dinero necesario.

    Un día, poco tiempo después, un promotor de negocios asistió a las clases de Gurudeva y se interesó en sus enseñanzas. El hombre captó no sólo el valor espiritual de las enseñanzas, sino también las posibilidades de lucro que representaban. Su promesa fue: «Permita que me haga cargo de la promoción de su sociedad y, en el plazo de un año, le conocerá el mundo entero. Tendrá decenas de miles de estudiantes y estará nadando en dinero».

    Este individuo delineó su plan para comercializar las sagradas enseñanzas. Gurudeva lo escuchaba cortésmente. En verdad, ese proyecto habría significado el fin de sus preocupaciones económicas y de las penurias que sabía que aún le aguardaban. Pero sin vacilar ni por un segundo, le agradeció su propuesta y respondió: «¡No! Nunca utilizaré la religión como si fuera un negocio. ¡Jamás traicionaré esta obra ni mis ideales por unos cuantos míseros dólares, sean cuales sean las necesidades económicas que tenga que afrontar!».

    Dos meses más tarde, mientras impartía estas enseñanzas en Kansas City, Missouri, Paramahansaji conoció a Rajarsi Janakananda, un elevado discípulo de muchas vidas anteriores que estaba destinado a desempeñar un importante papel en Self-Realization Fellowship. Esta gran alma, que adoptó al Gurú como su maestro divino y sus enseñanzas como una forma de vida cotidiana, facilitó los fondos con los que se canceló la totalidad de la hipoteca. Grande fue el júbilo cuando, en el «Templo de las hojas», en Mount Washington, se encendió una hoguera y los documentos de la hipoteca fueron arrojados a las llamas. Siendo una persona de mente pragmática, Gurudeva aprovechó la oportunidad para asar papas entre las brasas. Los devotos se reunieron alrededor de la hoguera junto al Gurú y disfrutaron de las papas, mientras los documentos de la hipoteca seguían asándose... ¡hasta que estuvieron bien tostados!  

    La seguridad de contar con la presencia de la Madre Divina

    Permanecen en mi memoria otros episodios y aspectos de la fuerza divina de Guruji. En cierto momento, sintió sobre sus hombros el peso de una organización creciente, con numerosos discípulos a quienes alimentar, albergar y mantener. Puesto que deseaba que su fervoroso anhelo de comunión constante con Dios se hallara libre de distracciones, se retiró al desierto de Arizona. Allí permaneció en soledad y en meditación, y oró a su amada Madre Divina para que lo liberase de las cargas y de las distracciones que las responsabilidades de la organización traían consigo. Una noche, mientras él meditaba «como si el corazón fuera a estallarme por el intenso anhelo de recibir la respuesta de la Madre Divina» —según refirió posteriormente—, Ella se apareció ante él y le dirigió estas consoladoras palabras:

    La danza de la vida o la danza de la muerte,

    ambas provienen de Mí; tenlo  presente y regocíjate.

    ¿Qué más deseas, si me tienes siempre a Mí?

    Embargado por el gozo de saber con certeza que su adorada Madre Divina estaba con él en todo momento, tanto en medio de la vida como en la muerte, retornó lleno de paz y amor, dispuesto a asumir de nuevo y sin reservas la misión que Ella había colocado sobre sus hombros. 

    Gurudeva poseía los grandes poderes espirituales que manifiestan en forma natural quienes están en comunión con Dios. Paramahansaji explicó que tales poderes obedecían, simplemente, al funcionamiento de leyes elevadas. En los primeros días de su ministerio, a veces demostraba públicamente esos poderes con el fin de alentar la fe de una sociedad escéptica. Yo fui una de las numerosas personas que él curó instantáneamente.

    Gurudeva habría de decir, años después: «Si exhibiera los poderes con que Dios me ha dotado, podría atraer a miles de personas. Pero el camino hacia Dios no es un circo. Yo le devolví mis poderes a Dios, y jamás los utilizo a menos que Él me lo indique. Mi misión consiste en despertar el amor a Dios en las almas. Prefiero una sola alma a una multitud, pero amo las multitudes de almas». Tras apartarse de las masas, Gurudeva comenzó a concentrarse en el crecimiento cualitativo de su obra más que en el cuantitativo. Él buscó entre las multitudes a esas «almas» que respondían a los elevados ideales y objetivos espirituales de sus enseñanzas.

    El servicio, la sabiduría y el amor divino

    En cierta ocasión, un periodista me preguntó durante el transcurso de una entrevista: «¿Diría usted que Paramahansa Yogananda fue un bhakti yogui, un guiana yogui, o un karma yogui?». Yo respondí: «Él poseía múltiples facetas. Y fue preciso que apareciera un ser de una naturaleza, una estatura espiritual y una comprensión muy especiales como para poder llegar a los corazones y las mentes del pueblo estadounidense; y estos atributos le permitieron salvar la distancia entre el modo de vivir en la India y en Estados Unidos. Sus enseñanzas expresan una cualidad universal, válida tanto para Occidente como para Oriente». 

    Como karma yogui, Paramahansaji trabajó para Dios y para la elevación de la humanidad, con una dedicación poco frecuente en este mundo. Jamás vimos que eludiera el servir o ayudar a alguien cuando tenía la oportunidad de hacerlo. Se lamentaba por aquellos que sufrían, y trabajaba infatigablemente para erradicar la raíz de todo sufrimiento: la ignorancia. 

    Como guiani, la sabiduría fluía en abundancia a través de sus escritos, conferencias y consejos personales. Su Autobiografía de un yogui ha sido reconocida como un fidedigno libro de texto sobre el Yoga, y se utiliza en numerosas universidades tanto como obra de consulta como para la docencia. Esto no significa que Paramahansaji fuera un mero teórico: para él, la erudición sin la percepción de la verdad era tan inútil como un panal sin miel. Él despojó a la religión de todos los velos del dogma y del análisis teórico, y reveló el corazón de la verdad: esos principios esenciales que brindan a la humanidad no sólo la comprensión de lo que es Dios, sino también la forma de percibirle interiormente.  

    Para sus discípulos, Paramahansa Yogananda es conocido, sobre todo, como un premavatar, o encarnación del amor divino, un bhakta supremo. Algo que se destacaba en su personalidad era su ardiente amor a Dios, a quien reverenciaba en la forma de Madre Divina. Jesús dijo que el primer mandamiento era: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Paramahansaji manifestaba ese amor, ya fuera cuando hablaba ante las multitudes —en sus primeros días en Estados Unidos—, o en la administración de la creciente obra mundial de Self-Realization Fellowship y Yogoda Satsanga Society, o través de la guía que ofrecía a aquellos que habían acudido a él en busca de formación espiritual.

    Paramahansaji era capaz de desplegar un gran ardor cuando se requería disciplina espiritual, pero siempre existía en él una compasión ilimitada y, también, paciencia cada vez que ésta era necesaria. Recuerdo bien las palabras que nos dirigió cuando, en cierta ocasión, nos indignamos por un ataque que recibió su obra por parte de algunos críticos hostiles: «Jamás pronuncien palabras hirientes contra otros instructores o sociedades. Nunca traten de parecer más altos cortando cabezas ajenas. En este mundo hay suficiente lugar para todos, y debemos responder a la descortesía y al odio con bondad y amor».

    Él proporcionó al mundo una «Oración universal», cuyo tema resume la esencia de su vida: «Amado Dios, que tu amor brille para siempre en el santuario de mi devoción, y que pueda yo despertar tu amor en todos los corazones».

    «Sólo el amor podrá reemplazarme»

    Cerca ya del final de su vida, Gurudeva estaba preparándose para recibir al embajador de la India, el Dr. Binay R. Sen (que a la mañana siguiente iría a visitar a Guruji en la Sede Central de Self-Realization Fellowship). Guruji convocó a sus discípulos en la cocina del ashram y anunció: «Hoy vamos a preparar curry y golosinas indias para el embajador». Cocinamos todo el día, y Guruji se encontraba en un estado de gran gozo.

    Por la tarde, me llamó y dijo: «Ven, vamos a caminar». El ashram es un edificio grande de tres amplios pisos; mientras caminábamos por el pasillo del tercer piso, se detuvo ante un retrato de su gurú, Swami Sri Yukteswarji, y se quedó contemplándolo durante bastante tiempo, sin siquiera parpadear; luego, muy suavemente, se volvió hacia mí y dijo: «¿Te das cuenta de que, en cuestión de horas, me habré ido de este mundo?». Las lágrimas inundaron mis ojos. Intuitivamente supe que lo que decía habría de suceder. Un poco antes, cuando me habló de abandonar su cuerpo, yo le había dicho sollozando: «Maestro, usted es el diamante que resplandece en el anillo de nuestros corazones y de su sociedad. ¿Cómo podremos seguir adelante sin usted?». Con dulcísimo amor y compasión, mirándome con ojos que parecían suaves manantiales de dicha divina, respondió: «Cuando me haya ido, sólo el amor podrá reemplazarme. Deben embriagarse con el amor divino, de modo que sólo experimenten la presencia de Dios; luego, brinden ese amor a todo el mundo».

    En el día final Guruji tenía que hablar en un banquete organizado para el embajador en el centro de Los Ángeles. Los que le servíamos nos levantamos muy temprano al amanecer y acudimos a su habitación, para preguntar si podíamos ayudarle en algo. Cuando llegamos allí, él estaba sentado, muy sereno, en el sillón que solía utilizar para meditar y en el que a menudo entraba en éxtasis. Cuando no deseaba que habláramos, colocaba un dedo delante de sus labios, con el fin de indicar: «Estoy en silencio». Cuando hizo ese gesto, vi cómo su alma se retiraba; él estaba cortando gradualmente cada uno de los lazos ocultos que unen el alma al cuerpo. El pesar se adueñó de mi corazón y, sin embargo, sentí fortaleza, porque sabía que, independientemente de lo que ocurriera, mi Gurú jamás abandonaría mi corazón, gracias a la devoción que yo sentía por él.

    Durante todo aquel día permaneció en ese estado de recogimiento interior. Al atardecer, fuimos con él al gran hotel donde iba a ofrecerse el banquete. Habíamos llegado temprano, por lo que Guruji esperó en una pequeña habitación de uno de los pisos superiores, meditando en silencio. Nosotros, sus discípulos, nos sentamos alrededor de él, en el suelo. Pasado un rato, nos miró fijamente, uno a uno; recuerdo que, cuando él me miró, pensé: «Mi amado Gurú me está dando su darshan de despedida». Luego bajó al salón donde iba a tener lugar el banquete.

    Había una gran concurrencia, que incluía funcionarios de la ciudad, del estado de California y del gobierno de la India. Yo estaba sentada a cierta distancia de la mesa de los oradores, pero mi mente y mi mirada jamás abandonaron el rostro de mi bendito Gurú. Finalmente, llegó el momento en que él debía pronunciar su discurso. Gurudeva era el último orador antes de que el embajador Sen dirigiera la palabra a los presentes. Mientras Guruji se levantaba de la silla, mi corazón dio un vuelco y pensé: «¡Oh, ha llegado el momento!».

    Cuando comenzó a hablar, expresando un amor incomparable hacia Dios, la totalidad de los presentes parecían ser una sola persona. Estaban absortos ante la monumental fuerza del amor que el corazón de Guruji derramaba sobre todos ellos. Las vidas de muchas personas cambiaron esa noche —incluidas algunas que, tiempo después, ingresaron al ashram como renunciantes y muchas otras que se hicieron miembros de Self-Realization— debido a esa experiencia divina. Sus últimas palabras hicieron referencia a la India que él tanto amaba:

    «Allí donde el Ganges, los bosques, las grutas del Himalaya y los hombres sueñan con Dios, santificado estoy: ¡mi cuerpo ha tocado ese suelo!». 

    Mientras pronunciaba estas palabras, elevó sus ojos al centro Kutastha, y su cuerpo se deslizó hacia el suelo. De inmediato —nuestros pies parecían no tocar el piso— dos de nosotros [Daya Mata y Ananda Mata] estuvimos a su lado. Pensando que podía haber entrado en samadhi, suavemente cantamos Om en su oído derecho (durante nuestros años de aprendizaje, él nos había dicho que, cuando entrara en estado de éxtasis, si después de un determinado lapso su conciencia no regresaba, podíamos hacerle volver de ese estado entonando Om en su oído derecho).

    Mientras lo hacíamos, tuvo lugar en mí una experiencia milagrosa. No sé cómo describirla, pero, cuando estaba arrodillada al lado de mi bendito Gurú, vi que su alma abandonaba el cuerpo; y, entonces, una increíble fuerza entró en mi ser. Y la califico de «increíble» porque se trataba de una incontenible y gozosa fuerza de amor, paz y comprensión. Recuerdo haber pensado: «¿Qué es esto?». Mi conciencia se elevó de tal manera que no sentí pesar, ni derramé lágrimas; y así ha sido desde aquel día hasta hoy, porque sé, más allá de toda duda, que él verdaderamente está conmigo.

    La muerte no pudo apoderarse de él

    Alguien me preguntó: «¿Se le ha aparecido nuestro Gurú después de que él abandonase su cuerpo?». Sí, lo ha hecho, y ofreceré más detalles conforme avance en mi relato. Miles de personas vinieron a ver la forma mortal de Guruji por última vez. Su piel tenía un color dorado, como si la hubiera bañado una luz áurea; y en sus labios se dibujaba la más dulce y benigna de las sonrisas, a manera de bendición para todo el mundo. Durante los veintiún días que siguieron al momento en que Guruji abandonó su cuerpo, éste permaneció en un estado de perfecta conservación, sin dar muestras del menor signo de descomposición. Incluso en Occidente, tan pragmático y realista, los periódicos dieron cuenta, en titulares y artículos, de este milagroso suceso. Los directores de pompas fúnebres que observaron su cuerpo afirmaron: «El caso de Paramahansa Yogananda es único en nuestra experiencia».

    Al cabo de no mucho tiempo, la responsabilidad íntegra de la dirección de la obra de Gurudeva recayó sobre mis hombros.

    Cuando un gran maestro abandona este mundo, suele ocurrir que surgen opiniones diferentes respecto de la forma en que debe dirigirse la misión iniciada por el gurú. Y en efecto, tras asumir mi nuevo puesto como presidenta, justo a la mañana siguiente, se plantearon algunas dudas durante el debate acerca del trabajo que teníamos que realizar: ¿debería estar la dirección de la obra en manos de los miembros laicos, o bajo la responsabilidad de los miembros monásticos? Guruji nos había dicho que habría de ser dirigida por renunciantes leales, como él mismo; pero esa directiva encontraba resistencia por parte de algunos de sus miembros. Es verdad que el amor que Guruji prodigaba a todos los devotos era el mismo. Tampoco sentía yo diferencia alguna; entonces, ¿por qué dejarse limitar por las apariencias externas? Un verdadero devoto es aquel que ama a Dios, y no necesariamente el que viste una túnica color ocre. Pero yo me sentía preocupada.

    Esa noche, busqué la respuesta de mi Gurú, meditando profundamente y dirigiendo a él mis oraciones. Era ya muy tarde, y aún estaba yo meditando cuando, repentinamente, vi que mi cuerpo se levantaba de la cama, caminaba por el corredor y entraba en la habitación de Gurudeva. Al hacerlo, vi de reojo que su chuddar (su chal) se agitaba, como movido por una suave brisa. Me volví, ¡y allí estaba mi Gurú! Con cuánto gozo corrí hacia él y me prosterné para tomar el polvo de sus pies, sujetándolos junto a mí.

    «Maestro, Maestro —sollocé—, usted no está muerto. ¡No se ha ido! La muerte no se ha apoderado de usted». ¡Con cuánta dulzura se inclinó hacia mí y me tocó la frente! En ese mismo instante supe la respuesta que debía dar en la reunión del día siguiente. Guruji me bendijo, y me vi, nuevamente, sentada sobre mi cama.

    A la mañana siguiente, me reuní con los directores de la sociedad y les di la respuesta que Guruji me había proporcionado; desde entonces, su obra ha permanecido unida y crece incesantemente. Así de inmensa es la bendición de Dios. 

    El Gurú eterno

    Paramahansa Yogananda siempre será el Gurú y supremo director espiritual de Self-Realization Fellowship y Yogoda Satsanga Society of India. Todos los que llevamos adelante la obra que él comenzó, le servimos humildemente como discípulos. Nuestro único deseo es que la atención y la devoción de todos los que recorren este sendero se dirijan hacia Dios y hacia nuestro divino Gurú, que les guiará hacia Dios. Gurudeva siempre nos recordaba que, en última instancia, sólo Dios es el Gurú. El único deseo de Gurudeva, como instrumento de Dios, es conducirnos hacia la Fuente Divina, de la que podemos recibir, como de nadie más, lo que buscan nuestras almas. Ser leal al Gurú significa ser leal a Dios; y servir al Gurú y a su obra es servir a Dios, porque es a Él a quien ofrecemos nuestra fidelidad primordial. Nuestro Gurú es un canal espiritual designado por la Divinidad, y mediante sus bendiciones e inspiradas enseñanzas encontramos nuestro camino de regreso a Dios.

    Yo solía pensar que sería muy difícil que los devotos comprendieran el significado de la relación entre gurú y discípulo después de que el Maestro se hubiera marchado de este plano terrenal. Jamás manifesté esta inquietud a Guruji, pero con frecuencia él respondía a nuestros recónditos pensamientos. Una tarde, mientras permanecía sentada a sus pies, me dijo: «Todos los que piensen que estoy cerca, me tendrán cerca. Mi cuerpo nada significa. Si están apegados a mi forma física, no podrán percibirme en mi forma infinita. Pero si van más allá de mi cuerpo y me ven como realmente soy, sabrán entonces que estoy siempre a su lado». 

    No logré captar totalmente la verdad de esa afirmación sino hasta después de algún tiempo. Una tarde, mientras estaba yo meditando, vino a mi mente un pensamiento que me hizo reflexionar sobre todos los discípulos que se reunieron alrededor de Jesucristo durante los escasos años de su ministerio en la Tierra. Algunos pensaban mucho en él; otros, le servían desinteresadamente. Pero ¿cuántas personas, de entre las multitudes, realmente le comprendieron y le siguieron hasta el fin? Durante su ardua prueba, y en el momento de su muerte, ¿cuántos estuvieron a su lado y le confortaron? Muchos de los que habían conocido a Jesús y habían tenido la oportunidad de seguirle le abandonaron mientras aún vivía. Sin embargo, mil doscientos años después de que Jesucristo abandonara la Tierra, vino un humilde devoto, dulce y sencillo que, merced a su hermosa vida y perfecta sintonía y comunión con Cristo, fue un ejemplo de todo cuanto Jesús había enseñado y, de ese modo, encontró a Dios. Aquel humilde hombrecillo fue San Francisco de Asís, a quien Guruji tanto amaba. Me di cuenta de que la misma ley espiritual por la que San Francisco pudo estar perfectamente en sintonía con su gurú, que había nacido en la Tierra siglos antes que él, aún opera hoy en día. 

    Un gurú verdaderamente designado por Dios es eterno; ya sea que esté encarnado o no en el mismo plano que el discípulo, él sabe quiénes pertenecen a su rebaño y los ayuda. Todos los que se esfuercen por mantenerse en sintonía con Gurudeva, a través de la devoción y de la práctica profunda de la meditación según fue enseñada por él, sentirán con certeza su guía y sus bendiciones, tanto hoy como en cualquier momento en el futuro, del mismo modo que cuando él se encontraba con nosotros en su forma física. Este hecho debe constituir un gran consuelo para todos aquellos que han llegado después del fallecimiento de Paramahansa Yogananda y lamentan no haber tenido la oportunidad de conocer a este ser bendito durante su encarnación terrenal: tú puedes conocerle si te sientas en silencio a meditar. Profundiza cada vez mas en tu devoción y en tus oraciones, y sentirás su sagrada presencia. Si los que hemos quedado aquí para proseguir en su lugar no experimentáramos la presencia de Guruji, seríamos incapaces de servir a su obra. Gracias a que sentimos sus bendiciones y su guía, y sabemos que se encuentra tan cerca de nosotros hoy como cuando residió en su cuerpo físico, contamos con la fortaleza, la decisión, el entusiasmo, la devoción y la convicción que se requieren para cumplir con nuestro papel en la difusión del mensaje de Self-Realization Fellowship.

    La vida y la obra de Paramahansaji ya han influenciado en gran medida el curso de la historia, y estoy convencida de que éste es sólo el comienzo. Él se une al cónclave de almas divinas que vivieron en la Tierra como encarnaciones de la luz de la Verdad para iluminar el sendero de la humanidad. Tarde o temprano, el mundo deberá recurrir a esa luz, porque no es la voluntad de Dios que el ser humano perezca a manos de su propia ignorancia. Existe un mañana mejor, que sólo espera a que la humanidad abra sus ojos y vea el amanecer. Paramahansa Yogananda y otros que, como él, reflejaron el Fulgor Divino son los portadores de la luz de ese nuevo día.