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    «Ningún siddha abandona este mundo sin haber aportado a la humanidad una porción de la verdad. Cada alma liberada debe derramar sobre los demás la luz de su conocimiento de Dios». ¡Cuán generosamente cumplió Paramahansa Yogananda con ese deber expresado en estas palabras de las escrituras que él citó en los comienzos de su misión universal! Aunque su legado a la posteridad no hubiese sido otro que sus conferencias y escritos, con toda justicia se le calificaría como un munificente dador de luz divina. Y de las obras literarias que en forma tan prolífica fluían de su comunión con Dios, la traducción y comentario del Bhagavad Guita bien puede ser considerada como la contribución más exhaustiva del Gurú, no sólo por su magnitud sino por sus conceptos que todo lo abarcan. […]

    Paramahansaji manifestaba un absoluto dominio de la ciencia yóguica de la meditación que el Señor Krishna menciona en el Guita. A menudo observaba yo con cuánta facilidad él entraba en el trascendente estado de samadhi; todos los que estábamos presentes permanecíamos inmersos en la inefable paz y bienaventuranza que emanaban de su comunión con Dios. Con un simple toque, con una palabra o incluso una mirada, él podía hacer que otras personas despertasen a una mayor percepción de la presencia de Dios o les concedía la experiencia del éxtasis supraconsciente a aquellos discípulos que se hallaban en sintonía con él.

    Un pasaje de los Upanishads dice: «El sabio que exclusivamente se ha dedicado a beber el néctar que sólo proviene de Brahma, el néctar que es el fruto de la constante meditación, se convierte en paramahansa —el más grande de los ascetas— y en avadhuta —un filósofo libre de toda mácula de mundanalidad—. Al mirarle, el mundo entero se santifica. Incluso el hombre ignorante que lealmente le sirve se libera».

    La descripción de Paramahansa Yogananda concuerda fielmente con la definición de un verdadero gurú: un maestro unido a Dios. Por su sabiduría, acción y amor a Dios, él era una escritura viviente. Tal como se aconseja en el Guita, el espíritu de renunciación y servicio de Paramahansaji estaba acompañado de una total ausencia de apego hacia las cosas materiales y hacia las alabanzas que sobre él vertían profusamente miles de seguidores. Su indomable fuerza interior y poder espiritual residían en la dulce humildad de su naturaleza, en la que el egocentrismo no tenía cabida. Incluso al referirse a sí mismo y a su obra, lo hacía desprovisto de todo sentimiento de logro personal. Puesto que había alcanzado la percepción suprema de Dios como la verdadera esencia de todo ser humano —el alma—, no conocía otra identidad que el Señor.

    En el Guita, la culminación de las revelaciones de Krishna a Arjuna tiene lugar en el capítulo XI, en la «Visión de visiones». El Señor revela su forma cósmica: universos tras universos de inconcebible vastedad, creados y sostenidos por la infinita omnipotencia del Espíritu, que se halla consciente en forma simultánea de la más diminuta partícula de materia subatómica y del movimiento cósmico de las inmensidades galácticas, así como de cada pensamiento, sentimiento y acción de todos los seres que habitan los planos material y celestial de la existencia.

    Fuimos testigos de la omnipresente conciencia de un gurú y, por consiguiente, de la esfera de su influencia espiritual, cuando Paramahansa Yogananda fue bendecido con una visión universal similar. En junio de 1948, desde bien entrada la tarde y durante toda la noche hasta cerca de las diez de la mañana del día siguiente, unos pocos discípulos tuvimos el privilegio de vislumbrar en parte esta experiencia única a través de su descripción extática de la revelación cósmica a medida que ésta se desarrollaba.

    Ese asombroso acontecimiento presagiaba que su estancia en la tierra estaba llegando a su fin. Poco después, Paramahansaji comenzó a permanecer cada vez más en reclusión en un pequeño ashram situado en el desierto de Mojave (California), donde dedicaba el mayor tiempo posible que aún le quedase a completar sus escritos. Estos períodos en los que se concentraba en el mensaje literario que deseaba legar al mundo fueron una época privilegiada para aquellos de nosotros que tuvimos la oportunidad de estar en su presencia. Se hallaba totalmente absorto, identificado por completo con las verdades que se encontraba percibiendo en su interior y que expresaba externamente.

    —El Maestro salió al jardín por unos minutos —recordó uno de los monjes que estaba trabajando en el terreno que rodeaba el retiro de Paramahansaji—. Su mirada denotaba una inconmensurable lejanía, y me dijo: «Los tres mundos están flotando en mí como burbujas». De hecho, el solo poder que irradiaba su persona me desplazó y me hizo retroceder varios pasos.

    Otro monje, que entró en la habitación donde Guruji estaba trabajando, rememora:

    —La vibración que había en ese cuarto era increíble; sentía como si yo estuviese adentrándome en Dios.

    «Durante todo el día dicto cartas y la interpretación de las escrituras —escribió a un estudiante en ese período—, con los ojos cerrados al mundo pero permanentemente abiertos al cielo».

    La labor de Paramahansaji en su comentario del Guita se había iniciado años antes (en 1932 había comenzado a publicarse una serie preliminar por entregas en la revista de Self-Realization Fellowship) y la completó durante ese período en que permaneció en el desierto. A fin de que todo ello estuviese preparado en términos literarios para su publicación en forma de libro, dicha labor incluyó una revisión del material ya escrito durante todos esos años, la clarificación y ampliación de numerosos puntos, la abreviación de pasajes que contenían duplicaciones que sólo habían sido necesarias para los nuevos lectores en la serie por entregas, y la incorporación de nuevos pensamientos inspirativos. Asimismo, añadió muchos detalles de conceptos filosóficos muy profundos del yoga que, en los primeros años, él no había intentado transmitir al público en general, teniendo en cuenta que éste aún no se hallaba familiarizado con los descubrimientos que se estaban llevando a cabo en la ciencia y que desde entonces han permitido que las mentes occidentales tengan una mejor comprensión de la cosmología que se presenta en el Guita, así como una mayor visión de la estructura física, mental y espiritual del hombre.

    Para colaborar en el trabajo editorial, Gurudeva contó con la ayuda de Tara Mata (Laurie V. Pratt), una discípula sumamente avanzada que le había conocido en 1924 y que había trabajado con él en sus libros y otros escritos en diversas oportunidades durante un período de más de veinticinco años. Sé con toda certeza que Paramahansaji no hubiese permitido que este libro fuese publicado sin el debido reconocimiento y encomio del papel desempeñado por esta fiel discípula. «Ella fue un gran yogui —me dijo— que vivió en la India alejado del mundo durante numerosas vidas. En la presente vida ha venido con el objeto de servir a esta obra». En muchas ocasiones, él expresó en público su elogiosa evaluación de la perspicacia literaria y sabiduría filosófica de Tara Mata: «Ella es la mejor editora del país, tal vez del mundo entero. Con excepción de mi gran gurú, Sri Yukteswar, no hay otra persona con quien me haya deleitado más hablar sobre filosofía hindú que Laurie».

    En los últimos años de su vida, Paramahansaji también comenzó a entrenar a otra discípula monástica a la que había elegido para editar sus escritos: Mrinalini Mata. Gurudeva nos dejó claro a todos el papel para el que la estaba capacitando, dándole instrucciones personales sobre todos los aspectos relacionados con sus enseñanzas y sobre sus deseos para la preparación y presentación de sus escritos y charlas.

    Cierto día, hacia el final de la vida del Maestro en la tierra, él nos confió lo siguiente:

    —Estoy muy preocupado por Laurie. Su salud no le permitirá completar el trabajo que debe llevar a cabo con mis escritos.

    Conociendo la gran confianza que el gurú tenía en Tara Mata, Mrinalini Mata expresó su preocupación:

    —Pero, Maestro, ¿quién podrá entonces desempeñar esa tarea?

    —Tú lo harás —respondió Gurudeva con tranquila firmeza.

    En los años posteriores al mahasamadhi de Paramahansaji, acaecido en 1952, Tara Mata continuó de manera ininterrumpida publicando (por entregas) en la revista los comentarios del gurú sobre cada uno de los versos del Bhagavad Guita, no obstante las numerosas responsabilidades que consumían su tiempo como miembro del Consejo Directivo de Self-Realization Fellowship y editora jefe de todas las publicaciones de la organización. Sin embargo, aun cuando era la intención de Guruji que Tara Mata completara la preparación del manuscrito del Guita, ella falleció, como él había intuido, antes de concluir esta tarea. Dicha responsabilidad recayó entonces sobre los hombros de Mrinalini Mata. Ella es, tal como Guruji lo previó, la única persona que pudo haber realizado esta tarea apropiadamente, después del deceso de Tara Mata, gracias al entrenamiento que durante años recibió de Paramahansaji y a su sintonía con los pensamientos del gurú. […]

    Paramahansa Yogananda desempeñó un doble papel en esta tierra. Su nombre y sus actividades se hallan identificados de modo especial con la organización mundial que él fundó: Self-Realization Fellowship/Yogoda Satsanga Society of India; y para los miles de personas que adoptan sus enseñanzas de Kriya Yoga —las cuales difunde SRF/YSS—, él es su gurú. Pero él es también lo que en sánscrito se denomina jagadgurú: un maestro mundial, cuya vida y mensaje universales son fuente de inspiración y elevación para numerosos seguidores de diversos senderos y religiones, siendo su legado espiritual una bendición para el mundo entero.

    Recuerdo su último día en la tierra, el 7 de marzo de 1952. Gurudeva estuvo muy callado; su conciencia se hallaba en un estado de recogimiento interior aún más profundo que el habitual. Durante ese día, los discípulos vimos en varias ocasiones que sus ojos no se encontraban enfocados en este mundo, sino que contemplaban el trascendente reino de la presencia de Dios. Si llegaba a hablarnos, lo hacía con gran cariño, consideración y amabilidad. Sin embargo, lo que más vívidamente se destaca en mi memoria es que todos los que entraban en su habitación percibían la influencia que ejercían las vibraciones de profunda paz y de intenso amor divino que emanaban de él. Parecía como si la Madre Divina misma —ese aspecto del Infinito Espíritu personificado como tierno cuidado y compasión, el amor incondicional que constituye la salvación del mundo— le hubiese poseído por completo y estuviera emitiendo a través de él oleadas de amor para abrazar a toda su creación.

    Esa tarde, durante una gran recepción en honor del embajador de la India, en que Paramahansaji era el principal orador, el gran Gurú abandonó su cuerpo para sumergirse en la Omnipresencia.

    Como ocurre con todas esas almas extraordinarias que han venido a la tierra como salvadores de la humanidad, la influencia de Paramahansaji ha perdurado después de su partida. Sus seguidores le consideran un Premavatar, una encarnación del amor divino. Él vino a traernos el amor de Dios con la finalidad de despertar a los corazones que duermen sumidos en el olvido de su Creador y ofrecer el sendero de la iluminación a aquellos que ya han iniciado su búsqueda espiritual. Al recorrer las páginas del manuscrito del Guita, sentí nuevamente en los comentarios de Paramahansaji el magnetismo del amor divino que nos llama siempre a buscar a Dios —la Meta Suprema de todas las almas humanas— y que nos promete su protectora presencia a lo largo de todo el camino.

    Una y otra vez, oigo reverberar como un eco en el interior de mi propia alma la excelsa Oración Universal de Paramahansa Yogananda, aquella que tal vez caracteriza mejor tanto la fuerza que respalda su misión universal como la inspiración que le llevó a ofrecernos esta esclarecedora revelación del sagrado Bhagavad Guita:

    Padre Celestial, Madre, Amigo, Bienamado Dios, 

    que tu amor brille para siempre en el santuario de mi devoción, 

    y que pueda yo despertar tu amor en todos los corazones.

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    «Ha nacido una nueva escritura»

    Citado del epílogo de Sri Daya Mata a Dios habla con Arjuna: El Bhagavad Guita, de Paramahansa Yogananda 

    Después de trabajar muchos meses escribiendo el Bhagavad Guita en el ashram del desierto, Paramahansa Yogananda permaneció por algún tiempo en la ermita de Self-Realization Fellowship en Encinitas (California), a orillas del océano Pacífico. Cierto día, Guruji había estado intensamente concentrado durante muchas horas en su traducción y comentario del Guita. Por último, cerca de las tres de la mañana, se volvió hacia la discípula que se hallaba en silencio cerca de él, y le dijo: «Hoy has tenido la gran bendición de presenciar la culminación de la obra que he venido a cumplir. He finalizado el Guita. Esa tarea me fue encomendada, y yo hice la promesa de escribir este Guita, que hoy se ha consumado. Todos los Grandes Maestros [los Gurús de SRF] han estado aquí esta noche, en esta habitación, y he conversado con ellos en Espíritu. Ahora, el resto de mi vida en esta tierra puede ser cuestión de minutos, horas, días o tal vez años, no lo sé; eso está en manos de la Madre Divina. Yo vivo sólo por su gracia».

    Paramahansaji llamó entonces a otros de los discípulos más antiguos, pues deseaba compartir con ellos las bendiciones especiales que le rodeaban esa noche mientras trabajaba en su obra.

    Más tarde, cuando él se hallaba en la soledad de su habitación, la divina experiencia de Paramahansaji tuvo una secuela maravillosa. Nos lo contó así: «Vi una luz en un extremo de la habitación. Pensé que se trataba de los rayos del sol matinal que entraban por una rendija entre las cortinas; pero mientras la contemplaba, la luz se volvió más brillante y se expandió». Con gran humildad y con voz casi inaudible, agregó: «De ese resplandor, surgió Sri Yukteswarji, y sus ojos reflejaban aprobación». […]

    Años antes, Sri Yukteswarji le había manifestado: «Tú percibes toda la verdad del Bhagavad Guita porque has oído el diálogo entre Krishna y Arjuna tal como le fue revelado a Vyasa. Ve y transmite esa verdad revelada junto con tus interpretaciones: habrá nacido una nueva escritura».

    Después de trabajar por muchos meses y años en este manuscrito, Paramahansaji veía finalmente el cumplimiento de la profecía de su gurú. Al comunicarles a los discípulos que había completado su comentario sobre el Guita, con una sonrisa llena de gozo se hizo eco, con toda humildad, de lo que Sri Yukteswarji le había anunciado, y dijo: «Ha nacido una nueva escritura».

    «He escrito este Guita tal como se me presentó —expresó Guruji— mientras me hallaba unido en éxtasis a mis grandes gurús y a aquellos que dieron origen al Bhagavad Guita. El Guita que ha venido a través de mí les pertenece a ellos; y soy consciente de lo que dijo mi maestro: “Un nuevo Guita, que hasta el momento sólo había sido expuesto parcialmente a lo largo de los siglos bajo las múltiples luces de diversas explicaciones, aparece ahora en su pleno esplendor para derramar su luz sobre todos los devotos sinceros del mundo”».